El vino de Ciudad Real en la segunda parte de don Quijote
Este año andamos un tanto saturados con tanta efémeride y centenarios. Hoy, Día del Libro, celebramos el cuarto centenario de la publicación de la segunda parte del "Ingenioso hidalgo don Quijote de La Mancha". No obstante, y en relación con Ciudad Real, hace cuatrocientos años era ésta un pueblo decadente, apartada de la calzada principal que cruazaba La Mancha, conocida únicamente por el buen vino que había en sus bodegas (hoy, 2015, no ha quedado ni una en pie), por lo que ni es nombrada en la primera parte de la novela.
En la segunda parte publicada en 1615, hay una única referencia a nuestra ciudad. Esta se encuentra en el capítulo XIII, buen número, vive Dios. En él se informa al lector, durante un jocoso diálogo entre Sancho Panza y el escudero del Caballero del Bosque, a la sazón, el bachiller Sansón Carrasco, vecino de don Alonso, del excelente vino que se producía en Ciudad Real.
Y como hoy es el Día del Libro, aprovechando el tricentésimo nonagésimo noveno aniversario de la muerte de don Miguel (el año que viene tendremos Año cervantino por cuadrigentésimo aniversario de su óbito, y cómo no, por "haber descubierto" algunos de sus venerables restos en las Trinitarias), transcribo parte del citado decimo tercer tranco para honra del genio de las letras españolas.
[...] Comió Sancho sin hacerse de rogar,
              y tragaba a escuras bocados de nudos de suelta, y
              dijo:
—Vuestra merced sí que es
              escudero fiel y legal, moliente y corriente,
              magnífico y grande, como lo muestra este
              banquete, que si no ha venido aquí por arte de
              encantamento, parécelo a lo menos, y no como yo,
              mezquino y malaventurado, que solo traigo en mis
              alforjas un poco de queso tan duro, que pueden
              descalabrar con ello a un gigante; a quien hacen
              compañía cuatro docenas de algarroba
              y otras tantas de avellanas y nueces, mercedes a la
              estrecheza de mi dueño y a la
              opinión que tiene y orden que guarda de que los
              caballeros andantes no se han de mantener y sustentar
              sino con frutas secas y con las yerbas del campo.
—Por mi fe, hermano
              —replicó el del Bosque—, que yo no
              tengo hecho el estómago a tagarninas, ni a
              piruétanos, ni a
              raíces de los montes. Allá se lo hayan con
              sus opiniones y leyes caballerescas nuestros amos, y
              coman lo que ellos              mandaren;
              fiambreras traigo, y esta bota colgando del
              arzón de la silla, por sí o por no,
              y es tan devota mía y
              quiérola tanto, que pocos ratos se pasan sin que
              la dé
              mil besos y mil abrazos.
              Y diciendo esto se la puso en las manos a Sancho, el
              cual, empinándola, puesta a la boca, estuvo
              mirando las estrellas un cuarto de hora, y en
              acabando de beber dejó caer la cabeza a un lado,
              y dando un gran suspiro dijo:
—¡Oh hideputa, bellaco, y
              cómo es católico!
—¿Veis ahí —dijo
              el del Bosque en oyendo el hideputa de
              Sancho— como habéis alabado este vino
              llamándole «hideputa»?
—Digo —respondió
              Sancho— que confieso que conozco que no es
              deshonra llamar «hijo de puta» a nadie
              cuando cae debajo del entendimiento de alabarle. Pero
              dígame, señor, por el siglo de lo que
              más quiere:
              ¿este vino es de Ciudad Real?
—¡Bravo mojón!
              —respondió el del Bosque—. En verdad
              que no es de otra parte y que tiene algunos años
              de ancianidad.
              —¿A mí con eso?
              —dijo Sancho—. No toméis menos sino
              que se me fuera a mí por alto dar alcance a su
              conocimiento.
              ¿No será bueno,
              señor escudero, que tenga yo un instinto tan
              grande y tan natural en esto de conocer vinos, que,
              en dándome a oler cualquiera, acierto la patria,
              el linaje, el sabor y la dura y las vueltas que ha de
              dar, con
              todas las circunstancias al vino atañederas?
              Pero no hay de qué maravillarse, si tuve en mi
              linaje por parte de mi padre los dos más
              excelentes mojones que en luengos años
              conoció la Mancha, para prueba de lo cual les
              sucedió lo que ahora diré. Diéronles a
              los dos a probar del vino de una cuba,
              pidiéndoles su parecer del estado, cualidad,
              bondad o malicia del vino. El uno lo probó con
              la punta de la lengua; el otro no hizo más de
              llegarlo a las narices. El primero dijo que aquel
              vino sabía a hierro; el segundo dijo que
              más sabía a cordobán. El
              dueño dijo que la cuba estaba limpia y que el
              tal vino no tenía adobo alguno por donde hubiese
              tomado sabor de hierro ni de cordobán. Con
              todo eso, los dos famosos mojones se afirmaron en lo
              que habían dicho. Anduvo el tiempo,
              vendióse el vino, y al limpiar de la cuba
              hallaron en ella una llave pequeña, pendiente de
              una correa de cordobán. Porque vea vuestra
              merced si quien viene desta ralea podrá dar su
              parecer en semejantes causas.
Feliz día del Libro a todos y dejad ya el dichoso ordenador y poneos a leer un ratito el Quijote. 


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