2.- "El primer tercio del siglo XX: los Font y López Farfán"



Queda ya señalado un punto de inflexión histórico, encarnado en el nombre de los Font y complementado ya por una marcha, “Quinta Angustia”, de ciertas reminiscencias castrenses. Mientras que en Sevilla nacían títulos que luego serían comunes y, si me apuran, imprescindibles en el resto de España, en zonas como Cartagena o Madrid continuaban componiéndose marchas fúnebres más hilvanadas con las estéticas anteriores a “Virgen del Valle”. El género va desarrollándose y adquiriendo personalidad, las bandas militares se conforman ya como norte y referencia de este estilo de música.

Mariano San Miguel funda la revista musical “Harmonía”, a la que acudirán las bandas y los estudiosos para tener las partituras de las más famosas y desconocidas marchas procesionales. Este empresario de la música reflejaría su maestría componiendo dos auténticos monumentos a la marcha fúnebre, como son “Mektub” (1925) y “El Héroe Muerto” (1929), de una tremenda altura artística. Un primer tercio donde empezaron a tener cabida los poemas sinfónicos en forma de marchas fúnebres por un lado, y por el otro algo diametralmente opuesto como son las marchas con plantilla de cornetas y tambores.

Los años veinte, que como veremos más adelante fueron ricos en acontecimientos, alumbrarían a una curiosa marcha que goza en el presente de gran popularidad. Se trata de “Rocío” (1928), dedicada a la Virgen del Rocío de Almonte (Huelva) y escrita por Manuel Ruiz Vidriet. La composición no es precisamente un ejercicio de originalidad, pues se basa en la canción mexicana “La Peregrina” y el solo de flauta es una transcripción literal del que escribiera Joaquín Turina en su poema sinfónico “La Procesión del Rocío”.

- Los Font y el sinfonismo: una nueva época.

Con total seguridad el patriarca de la saga de Los Font, José Font Marimont, ignoraba el inconmensurable bien que su apellido haría al género de la marcha procesional cuando recaló en Sevilla para dirigir la Banda Militar del Soria 9 en 1876. Si ya en 1887 firmó la partitura de la marcha fúnebre dedicada a la Carretería, a los nueve años haría lo propio con la que a la postre se bautizaría como “Quinta Angustia”, solemne pieza de esquema valiosísimo instrumentada por su hijo Manuel Font Fernández de la Herranz –director de la Banda Municipal de Sevilla-, quien con esta labor de orquestación y luego de creación propia, se constituiría como el tronco de la saga de los Font, del que emanaría el resto de su música procesional para banda.



Las marchas de los Font respiran los vientos del sinfonismo. Característica que no solamente nos viene de esos giros determinados en sus marchas y que las hacen portentosas –y valgan como ejemplo “A la memoria de mi padre” de Font Fernández o “Resignación” de José Font y de Anta-, sino también por la composición de auténticos poemas sinfónicos o poemas religiosos en forma de marchas fúnebres. Dos casos claros son los de “Camino del Calvario” y “Amarguras” –de Manuel Font y de Anta sendas- de 1905 y 1919 respectivamente. La segunda es todo un emblema musical de la Semana Santa de Sevilla y por qué no decirlo de la andaluza. Pero no quedaría ahí la cosa, pues un año antes, en 1918, el pianista Manuel Font y de Anta había sorprendido con “Soleá dame la Mano”, impresión en forma de marcha fúnebre: un caso excepcional de la música procesional, una partitura de incalculable valor que se incardina decididamente en los postulados del nacionalismo e impresionismo. Lo nunca visto ni antes, ni después, porque por desgracia lo que en su día hizo Font de Anta nadie, o apenas nadie, se ha atrevido a continuarlo.

- El innovador López Farfán.
Manuel López Farfán es considerado como un gran innovador y revolucionario de la marcha procesional, por la forma de componerla y concebirla. Aunque en sus primeros años se podía entrever algún tipo de novedad –como la saetilla de fliscorno en “Spes Nostra”, de 1904- no fue hasta los años veinte, dirigiendo la Banda Militar del Soria 9 de Sevilla, cuando marcó toda una época en la evolución de la marcha procesional. A él se le atribuyen diversas innovaciones, o cuanto menos el desarrollo y el protagonismo de iniciativas de otros compositores anteriores. Así, “El Refugio de María” llama poderosamente la atención por el carácter rítmico y airoso y la plasmación del tintineo de un palio en la instrumentación mediante el toque de la baqueta con el aro del tambor; o los pasajes amplios de bajofforte en marchas como “Ntra. Sra. del Mayor Dolor” (1927), “La Virgen en sus Lágrimas” (1926) o “La Victoria de María” (1921). Pero fundamentalmente fueron dos años, 1924 y 1925, y dos marchas las que significaron especialmente ese cambio: “Pasan los Campanilleros” y “La Estrella Sublime”. El bienio clave, como algunos aciertan en llamar.

Anteriormente se ha subrayado que desde los inicios las marchas tenían un cariz serio, en ocasiones fúnebre, o en cualquier caso un tipo de música de interiorización de los sentimientos y remarcando el carácter trágico de la Pasión de Jesucristo y los Dolores de María. Siendo así resulta casi imposible pensar que alguien pudiera atreverse a romper esa línea y hacer algo realmente contrario a lo que por hábito se venía practicando. Esa imposibilidad fue vencida por la extravagancia de Farfán, que en 1924 decidió componer una marcha valiente, impensable entonces, de un carácter alegre descarado y encima incluyendo una toná de campanilleros con el concurso de una parte coral. Le puso el nombre de “Pasan los Campanilleros” y su estreno fue un éxito. Al año siguiente, subió otro escalón con la composición de “La Estrella Sublime”, marcha de una belleza sin igual, con un fuerte de bajos modélico y en general una estructura que no ha perdido la vigencia desde entonces. No sólo radica en esto la importancia de la marcha, sino la participación de la sección de cornetas y tambores en la misma, algo que si bien Beigbeder lo había experimentado con “Ntra. Sra. del Rosario”, Farfán lo trasladó a unos niveles más destacados y afianzados. Desde entonces las bandas en una procesión no tendrían siempre por qué alternar la interpretación de su unidad de música con la unidad de cornetas y tambores, sino que también lo podían hacer ambas a la vez, en perfecta conjunción.

1925 traería todavía sorpresas por parte de Farfán, concretamente en “La Esperanza de Triana” y “El Dulce Nombre”. La primera incorpora plantilla de cornetas y tambores, pero aparte introduce una saetilla de violín preciosa -o en su defecto tocada por los clarinetes- sin olvidar ese trío tan inusual con el adorno de un coro a boca cerrada. La segunda por la aparición nuevamente de un coro, la inclusión de ocarinas en un fragmento –algo no visto- y por supuesto el aire alegre y rítmico con el contrapunto perfecto de las baquetas en el aro emulando el suave movimiento de los varales de un palio.


Resumiendo, Manuel López Farfán y su banda –Soria 9- se erigieron en verdaderos protagonistas y artífices de un vuelco total en la evolución de la marcha procesional. Gracias a ese binomio mágico podemos disfrutar hoy de un tipo de música que simboliza la extroversión de los sentimientos y el carácter popular y alegre de la marcha para nuestras cofradías.

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